Una hoja se desprendía lentamente de la rama de un árbol
de tilo en el parque Lezama. Matías la contemplaba mientras Magali lo miraba
distraerse. El viento le daba dirección a la hoja y la acompañaba al encuentro
con su lecho de muerte, con el reposo eterno; donde un barrendero, quizás en la
mañana siguiente, la despertaría con su escoba y la escoltaría a una pila de hojas
secas. Matías, que tenía tantas cosas para pensar, solo pensaba en el trayecto
que recorría la hoja y en lo triste que era ese acto. El viento, casi de una
manera melódica iba desojando aquel tilo, y la noche se empezaba a filtrar tras
sus ramas desnudas.
-¿Qué pensas?
- nada… ¿sabías que los árabes inventaron el número cero para atrapar al vacío?
-¿qué?
-sí, los árabes tenían miedo al vacío. A eso se le
llama horror vacui, ellos cargaban
todas sus obras de arte para no dejar ni un espacio vacío. A veces siento que
la vida se vuelve una obra de arte árabe, como si todo el mundo padeciera horror vacui, la gente le tiene miedo al
vacío, al silencio, no saben disfrutar del silencio, porque los hace pensar. Y pensar
es dañino, pensar te hace sufrir, te vuelve inseguro, hay gente que habla por
hablar, para no tener que soportar el silencio, porque se sienten incomodos
frente a otra persona en silencio. Creo que si dos personas pueden soportar el
silencio y contemplar una hoja caer en una tarde de otoño, no todo está
perdido.
-estas medio loco Matías, sos raro… pero a veces
dices cosas interesantes.
Matías hizo una mueca y un gesto con sus hombros que
daban a entender de que él era eso, un puñado de palabras y pensamientos, que
su cuerpo era la manifestación de sus ambiciones y de sus caprichos. Él podría parecer
un hombre grande, un gran adulto responsable, pero estaba un poco cansado de
esa imagen, por dentro su niño interior le pedía que se rencontraran y
disfrutaran de aquellas viejas vivencias. Todo lo que él era, estaba construido
sobre una infancia de tropezones y travesuras. Su aprendizaje fue la vida, la
calle, robar choclos a la siesta en campos que quedaban a varios kilómetros de
su hogar; trepar árboles, repartir un puñado de mandarinas entre amigos. Él
supo que la tierra le ofrecería todo lo que necesitaba, en esas siestas de
pueblo. Junto con sus amigos salían en búsqueda de aventuras montados en sus
pequeñas bicicletas rodado dieciséis, e inconscientemente a formarse como personas
¿sería la falta de sueño en horas del mediodía aquello que luego lo convertiría
en un pequeño soñador?
Se miraron, como hacía tiempo lo venían haciendo y
luego se besaron, no sin antes dibujarse el rostro del otro en su memoria, ese
momento podía volverse eterno, y quizás lo era, ¿Quién podría juzgar al destino
por haber dado en el blanco una vez?
-Maga, ¿sabes… que un día mirare hacia atrás y recordare esa
hoja caer y con ella te recordare. Y también recordare que te conté del terror
al vacío, de que tu boca es el cero; y besarte es la única manera de encerrar
al vacío, y que en una época yo tuve la clave para burlar al tiempo?
-sos raro Matías, ¿Por qué decís esas cosas?
-porque un día te olvidaras de mí, te olvidaras de
la hoja, del parque, pero cuando sientas ese momento incomodo, ese famoso “silencio incómodo” del que hablaban en Pulp
Fiction , recordaras que en un momento de tu vida, conociste a alguien que
se anticipó a todo eso, y que por tal irreverencia debería pagar con una vida
de soledad, una vida de grises eternos, una vida de otoños, pero sobre todo,
Maga, entendé que el futuro es siempre mañana y que el pasado acaba de suceder recién.
Que siempre viviremos en un eterno presente, espero que me recuerdes, porque el
tiempo es traicionero. Mi único consejo, es que pestañees mucho, en cada abrir
y cerrar de ojos, el tiempo se habrá ido y cada rayo de luz apareciendo en tu
ojo será el nuevo presente…
Después de esas palabras Magali se quedo en silencio
y comprendio que Matías nunca supo ver un futuro con nadie, que el tiempo había
hecho estragos con su corazón y que nada de lo que dijera en ese momento
cambiaria algo. Supo que Matías estaba obsesionado con un pasado que todavía no
iba a suceder.
La noche había envuelto a la ciudad en una leve
oscuridad, y una suave brisa seguía cometiendo crímenes en cada árbol; de eso se trataba el otoño, de ellos, de
nadie, de una simple hoja meciéndose en el espacio y formando parte de un gran lienzo
con miles de figuras, parques, calles y corazones rotos…