Caminaba
sin buscar, caminaba como un simple transeúnte por Lavalle buscando un poco de
paz. La gente pasaba sin prestar atención a nadie, cada uno en su mundo, eso
era lo que amaba de Buenos Aires, la indiferencia de la gente, uno puede estar muriéndose
desangrado que nadie se preocupa, odiaba esa ambigüedad que genera la
indiferencia. Odiaba quizás no tenerla a ella, seguí caminando y un ciego con
un acordeón me hizo detener, era una melodía que conocía, era un tango de José María
Contursi llamado “como dos extraños” el cual tiene la peculiar melodía que me
genera cierta melancolía y habla sobre
como la vida pasa y cuando a uno lo llama el amor y los recuerdos a veces es mejor quedarse con ellos que salir a
buscar la realidad, y en la canción, una historia que fue contada a Contursi por un mozo del Cabaret Marabú se camufla entre los versos que Contursi
supo cincelar en un par de hojas, el
mozo supo que su dolor no cesaría, pero sabía que debía de contárselo a José María,
y esa historia fue quizás uno de los tangos más famosos de la historia, un par
de lágrimas, un corazón desgarrado, unas hojas de papel y un simple bolígrafo pueden
crear una obra maestra. Esa obra era la que en ese momento me detenía, en la
cual es ciego con gran habilidad supo interpretar y hasta logro conmoverme y
deje escapar una lágrima, y en ese momento una chica que estaba al lado mío, me
miro y me dijo;
“¿estás bien?” y yo que no sabía que ella
estaba ahí, la mire, y me sentí avergonzado, la mire sonrojado y le dije, “si,
es que me conmovió la interpretación, me encanta ese tango y no caí en la
cuenta de que estaba en el medio de la calle”. Ella sonrió y espero quizás a
que yo continuara la charla, pero en ese momento sentía unas ganas desesperadas
de estar solo tirado en una plaza mirando a las estrellas, saque un par de
monedas de mi bolsillo, se las tire al ciego que seguía con una extraña melodía,
quizás improvisaba, o quizás no podía dejar de tocar, mire a la chica de nuevo
y me despedí con una reverencia y seguí mi camino, la chica algo sorprendida se
despidió y siguió mirando al ciego.
Seguí caminando
por Lavalle en dirección al bajo, llegue a la avenida Alem y me dirigi a la
plaza San Martin y al llegar a ella me tumbe en el pasto, a mirar el cielo,
estaba atardeciendo y la ciudad empezaba la vuelta a su hogar, el ruido iba
cesando y ese era el momento que más amaba, ese instante en que el ruido se
convierte en silencio, ese instante es eterno; en ese instante el atardecer va
cayendo y la noche que se siente pesada lo va aplastando hasta dejarlo
enterrado en lo más profundo.
Mientras
miraba al cielo pensaba en que el tiempo se convertía en el tirano de mi vida,
todo lo bueno había quedado atrás, aquellas noches en donde la arena y la brisa
del mar me devolvían al mejor amor que podía haber tenido, esa luna, ¡esa luna!
Dime que la recuerdas, plasmada arriba del mar, ahí mirar esa luna y tenerte en
mi regazo era la perfección. Me encantaría vivir de nuevo eso una vez más, solo
una vez, luego podre resignarme y seguir, devuélveme ese momento, ese silencio,
esa calma y esa felicidad. Sé que puedo vivir sin vos, sé que este momento
pasara, se quizás que todos andan con el corazón remachado y que lo saben
llevar mejor que uno, pero bueno en este momento tirado en esta plaza me invade
la melancolía y los dañinos recuerdos felices, y en este instante se cómo lo
dice en el tango Contursi, algún día seremos dos extraños.
Me quede
dormido en la plaza unos instantes y desperté medio acelerado, tenía una sensación
en el pecho, un presentimiento, y decidí volver aquel lugar en donde te propuse
que compartieras un pedazo de tu vida conmigo, camine con una extraña sensación
en mi pecho, faltaban un par de cuadras y sentía que debía llegar, cruce la
avenida nueve de julio y ahí estaba la plaza de la embajada, donde te había dicho
que me la jugaba y que no importaba nada más, pero en ese momento cuando estaba
a un par de metros te vi, y también lo vi a él, y los vi juntos, y entendí que ese
era mi momento de partir, comprendí que todas las historias suelen terminar muy
cerca de donde comienzan.
Seguí mi
camino dirección al teatro colon y recordé esa estrofa de Nacho Vegas:
La noche se había instalado y parecía que pensaba quedarse hasta último momento, subí al primer colectivo, saque boleto y supe que ese era el final, en ese instante mire sin mirar, y volví a mirar y en un rincón en el fondo del colectivo estaba la chica que me había preguntado si estaba bien, mientras miraba al ciego. Me miró y la miré, y me fui a sentar su lado, en ese momento caí en la cuenta en que hay ciertos indicios en nuestra vida que nos dicen y nos demuestran que en cada final hay un comienzo, la miraba y en ese momento todo se volvió perfecto y la noche después de quitarme semejante carga de encima, me regalaba una nueva chance, cerré los ojos unos instantes y deje que la vida y el momento fluyeran para comenzar una nueva historia…
Tal vez esté escrita
mi vida, brujita.
Tal vez te llegue a perder.
Pero ¡cuánto te quiero,
mi amor verdadero!
Sin ti está mal hecho el mundo.
¡Sin ti está mal hecho el mundo!