La oscuridad gobernaba el cuarto de Matías. El dormía,
o eso fingía. Su día había sido terrible, y en la noche era cuando todo
empezaba a resurgir. En la noche pensaba en clara, en esa “figurita difícil” quizás
eso era lo que hacía que él se interesara tanto en ella, la imposibilidad de
tenerla; como en su infancia, la figurita que nadie tenía. Aquel trozo de papel
con un dibujo que les faltaba a todos para completar el álbum. Pensaba en eso,
aquella noche entre sabanas, y en ese momento le surgió una pregunta; ¿Quién determinaba
cual era la figurita difícil, y por qué?
Era algo que en su infancia nunca se le había cruzado
en la cabeza, quizás porque no tenía la capacidad para comprender que hay veces
en que los acontecimientos exceden a la razón, y ahora de grande, con un par de
años y de golpes en la vida, recostado sobre la cama de su infancia, pensaba en algo similar, pensaba en algo que
no podía tener, algo que le faltaba. Pero también pensaba en el (¿Por qué?),
desde su infancia tenia a alguien encargado de escoger a su figurita difícil, y
de mostrársela, pero por más que comprara todos los paquetes de figuritas del
kiosco esa figurita no apareciera.
Quizás esa estrategia de mercado delimito la forma de
percibir las cosas en su vida, a alguien se le ocurrió la brillante idea de escoger
una de todas las figuras del álbum y decir que esa sería la “difícil”. Y que
por cada millón de las otras, solo saldría una de estas y así los niños se verían
obligados a pasar por el kiosco una y otra vez para entregarse al farsa de un
supuesto “azar “ en el cual solo verían más de lo mismo, e incluso la gran mayoría
de ellos renunciaría a la búsqueda después de varios meses de fracasos, quizás las
corporaciones de figuritas han hecho de nosotros unos seres consumistas y
pesimistas, dándonos falsas esperanzas de que algún día podríamos llegar a
completar un álbum el cual, todos sabemos pocas veces ha sido logrado. Hemos encarado
la vida “adulta” de esa manera, pensando en que después de mucho esfuerzo esa figurita tan solo sería
una utopía, algo idealizado, que el amor tan solo es una costumbre de las
personas al verse corrompidas por el fantasma de la ausente e imposible
figurita. Matías se veía enredado en estas terribles conjeturas, es increíble como
una mujer nos quita el sueño, como nos enaltece y nos deja por el piso con tan
solo su atención o indiferencia.
Hacía ya más de un año que él no veía a Clara, recordaba
su cabello, su boca, esa indiferente forma de nombrar las cosas que le
gustaban.
Ella enumeraba cada uno de sus besos, y luego le
mandaba un mensaje a él diciéndole que el beso trecientosuno había sido más
lindo que el beso cuarentaytres. Hablaba de Oscar Wilde muy a menudo, y siempre
le llevaba un chocolate águila semi amargo, y un saquito de té Earl grey TWININGS porque sabía que era su preferido. Leían en
la plaza de congreso y luego cada uno seguía con su vida. hasta que un día Matías
tuvo la brillante idea de “confundirse”, de decirle a ella que él no podía seguir
avanzando, que se sentía perdido, que la quiera, pero que él se sentía como
Bukowski, que una chica como ella se merecía algo mejor, y fue así. Clara cerró
su corazón y se alejó bajo los aleros de la avenida Rivadavia en sentido al
oeste, ese día llovía y Matías no caía en la cuenta de que en cada paso y cada
minuto se alejaba el amor de su vida. Pero él era demasiado torpe en ese
momento para comprenderlo. Es extraño cómo funciona el ser humano, reacciona
mediante la ausencia, cuando uno lo tiene se siente ahogado, y cuando no lo
tiene siente que le falta un trozo de sí. El amor era el karma de Matías, él
era un especialista en el fracaso de este deporte.
Esa noche estaba muy perturbado, y tuvo que despertarse,
la imagen de Clara alejándose aquella tarde, se había hecho recurrente en los
sueños de Matías. Se levantó de la cama y se dirigió a la heladera, en medio de
la noche esquivando cada uno de los obstáculos hasta llegar. Es muy loco como
uno conoce su casa de memoria al punto de poder salir de su cama en medio de la
oscuridad de la noche y llegar a la heladera sin chocarse nada. Abrió la heladera y saco una botella de agua, cogió un vaso del
aparador y se sentó a contemplar la luna que entraba por la claraboya de la
cocina. Desenrosco la tapa de la botella con lentitud y mientras vertía agua en
el vaso, jugaba con la tapa en su otra mano. Ese estilo de tapa le recordaba a
su infancia, a esas tapas de Gatorade que
hacían ruidito y eran tan llamativas. Matías pensaba mucho en su infancia, y
siempre se preguntaba si esta había sido tan placentera como la recordaba, o si
tan solo la ausencia de ésta generaba la idealización de una infancia memorable.
Nunca sería feliz si no se desprendía del
pensamiento, nunca sería feliz si no dejaba de ver las cosas de afuera aun
cuando lo estaba viviendo en ese preciso momento. Sentado en aquella mesa en
medio de la madrugada con el reflejo de la luna en el vaso de agua. él pensaba
en que la vida se parecía a un tango que nunca había escuchado, pero que le sonaba
familiar cada instante en que sentía que estaba perdiendo las riendas, en ese
instante se sentía vivo, en ese instante las figuritas no importaban, en ese
instante su mente se aclaraba y veía todo con mayor amplitud, veía en ese
instante, se veía a él caminando tras un sueño borroso con una melodía triste
de fondo, se veía sobre una calle empedrada pateando una tapita de gaseosa en
medio de la noche, bajo una ciudad gris e indiferente, se veía, quizás, eterno.